El único banco de leche materna del país ha recolectado más de 1.600 litros en cuatro años

Era el primer embarazo de Simone Muñoz. “Sin novedades ni complicaciones”, recuerda. Sin embargo, su guagua nació con una malformación en el esófago.

La infante quedó internada y comenzó a recibir alimentación intravenosa. Su madre se extraía leche y la guardaba en bolsas que su hija nunca pudo consumir. Con dos meses de vida, falleció.

En medio del dolor, la joven de 26 años comenzó a investigar. “La herida de perder una hija y que aún te baje la leche, sin tener a quien dársela, es una sensación que carcome. Tomar la decisión de donar ha sido una manera de cerrar un ciclo y seguir entregando amor“, confiesa.

Muñoz se convirtió así en una de las más de 200 donantes que han pasado por el Banco de Leche Materna del Hospital Sótero del Río.

Creado en 2015, es el único del país y hasta 2018 había recolectado 1.698 litros y beneficiado a 251 guaguas. En su primer año tuvo 14 donantes y el año pasado, la cifra se sextuplicó: 86 mujeres aportaron con su leche.

Las barreras 

En 2009, la pediatra y neonatóloga Patricia Mena presentó al Servicio de Salud Metropolitano Sur Oriente la idea de crear un banco de leche humana.

Después de algunos meses, obtuvo el apoyo. El siguiente paso era el Ministerio de Salud, pero pasarían seis años para que el proyecto se hiciera realidad.

“La donación estaba prohibida en una normativa de transmisión vertical del VIH”, explica Mena. El Minsal modificó la norma y la donación pasó a ser posible. Hoy, con el ya aprobado proyecto de ley que protege el libre ejercicio de la lactancia materna, es incluso incentivada.

“La leche materna tiene como uso prioritario la alimentación en beneficio del o de los lactantes que sean sus hijos biológicos. Sin perjuicio de lo anterior, todas las madres podrán donar voluntariamente su leche“, establece la modificación al Código Sanitario que incluye el texto.

Sin embargo, Mena recalca que esto debe hacerse de manera formal, cumpliendo con procesos de pasteurización y respetando una cadena de frío, como se hace en el Sótero del Río.

Los estrictos controles sanitarios implican que no todo lo que se recolecta llega a las guaguas. Tras revisar la presencia de cualquier anomalía la presencia de un solo cabello puede obligar a descartar la leche, el líquido se pasteuriza. Además, se realiza un cultivo para medir la presencia de gérmenes. La leche que pasa todos estos filtros, es la que se administra a los infantes. Una porción queda refrigerada como stock, y puede permanecer al menos tres meses almacenada en refrigeradores clínicos.

“Oro líquido“

La doctora enfatiza en los resguardos sanitarios. Está preocupada de que la difusión de la nueva ley, próxima a ser promulgada, pueda aumentar prácticas que, asegura, ya se observan en Chile. Ocurre con la venta y el intercambio informal de leche materna en redes sociales, fenómeno que coexiste con las nodrizas que, añade, aún hay en sectores rurales.

“Hay que advertirles a las madres que hay riesgos. Me da mucho susto, porque yo he implementado esto y los infectólogos van a decir: “¿Ven lo que consiguió la doctora Mena? ¡Que exista donación sin ningún resguardo! Y esa no es la idea”, apunta.

Quienes donan en el Sótero deben someterse a exámenes de VIH y sífilis, no estar consumiendo medicamentos, drogas, tabaco o alcohol. Aún así, se analiza toda la leche recibida.

Pero como denuncia Mena, hay instancias de intercambio que no están al alero de ningún recinto de salud. Una de ellas es el grupo de Facebook ‘Lactancia Solidaria‘, donde madres ofrecen o piden leche humana u ‘oro líquido‘, como se le apoda, para sus guaguas.

Coordinan la donación con mensajes como ‘Madre ubicada en Vitacura dona bolsas de leche congelada correspondientes a un bebé de 1 mes. Interesadas por inbox (mensaje interno) para activar lazo!‘.

C.H. fue madre de trillizos en la Clínica Alemana. Como nacieron prematuros, requerían leche fortificada para acelerar su crecimiento. Ella, mientras, sobreproducía leche. Averiguó cómo donarla, pero en medio del ajetreo de los recién nacidos, consideró el sistema muy engorroso.

Tenía dos congeladores repletos de leche y optó por las redes sociales. Publicó un mensaje y dos semanas después, la contactó una madre de trillizas. “Me preguntó de dónde era yo, por qué estaba donando la leche; las dos vivíamos en Las Condes. En el fondo no veníamos de mundos tan lejanos (…) Podría haber sido una amiga mía’, recuerda C.H, quien, desde el parto, sabía que no portaba enfermedades”.

“Fue una buena experiencia y creo que se podría promover más. Creo que hay mucha gente que estaría dispuesta“, plantea.